La Iglesia celebra este domingo la Jornada Pro Orantibus, dedicada a la vida contemplativa, a “orar por los que oran por nosotros”
Con el lema “Contemplando tu rostro aprendemos a decir: Hágase tu voluntad”
“Sin comunión y fidelidad a Pedro no hay vida eclesial católica. Fuera de la Iglesia no hay vida monástica, no hay vida religiosa cristiana”, asegura el Vicario episcopal de Vida Consagrada
La Iglesia celebra este domingo, 26 de mayo, la Jornada Pro Orantibus, un día que tiene como finalidad “agradecer el don de la vida contemplativa y orar por esta vocación específica”.
La jornada, que coincide con la solemnidad de la Santísima Trinidad, lleva este año como lema “Contemplando tu rostro, aprendemos a decir: “¡Hágase tu voluntad!”.
En este día “se invita a valorar y agradecer la vida consagrada contemplativa que en la diócesis de Valencia está formada por cerca de 400 religiosas en sus diversidad de modalidades, sin olvidar a la vida eremítica, a las que se suman los Cartujos de Porta Coeli, aunque no importa tanto su número como su buen testimonio”, según ha indicado Martín Gelabert, vicario episcopal para la Vida Consagrada.
“Lo que celebramos en la jornada Pro Orantibus es orar por los que oran y recordar que en la Iglesia hay un carisma que es la contemplación de la vida de oración, que es propia de todos, pero que muchas veces no la podemos llevar a cabo con la intensidad con la que la llevan los monjes y las monjas. Ellos nos dan ejemplo de fidelidad a Dios y de su presencia permanente en nuestras vidas”.
Además de la fidelidad, el Vicario para la Vida Consagrada destaca otro aspecto de la vida contemplativa, la obediencia, recordando que la “obediencia incondicional es sólo a Dios”. La obediencia «se da también a través de mediaciones: la mediación de los hermanos, la mediación de los pobres y de tantas personas necesitadas que nos están interpelando y allí donde podemos ver el rostro de Cristo. En la vida religiosa también hay una mediación importante, que es la mediación del superior eclesiástico, un superior según las Constituciones, que nos recuerda que todos formamos parte del cuerpo eclesial”.
Según afirma Martín Gelabert, “no es que fuera de la Iglesia no haya salvación, pero fuera de la Iglesia no hay vida monástica y fuera de la Iglesia no hay vida religiosa cristiana y no hay vida monástica cristiana. Donde está Pedro está la Iglesia. Y sin fidelidad a Pedro no hay vida eclesial, no hay vida católica cristiana”.
«Las comunidades monásticas están vinculadas a una institución, viven en comunión con la Iglesia, en comunión con Pedro, no funcionan por libre, ni funcionan yendo cada uno a la suya, ni funcionan buscando intereses propios. En la medida en que uno busca intereses propios, va por mal camino. La oración es buena cuando yo no pienso en mí mismo, cuando pienso en los demás”, afirma.
MENSAJE DE LOS OBISPOS
Los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, organizadora de esta Jornada, recuerdan que, un año más, la celebración litúrgica de la solemnidad de la Santísima Trinidad “nos ofrece la ocasión de recordar con gratitud en nuestra oración a aquellos que se han consagrado enteramente a vivir a la luz del misterio eterno. Ellos y ellas son «los que rezan»”.
Y son los que rezan, explican, porque han hecho de la actitud orante —que es inherente a la fe, pero se modula de distintos modos según los carismas— regla y medida de todas las cosas: las internas y las externas, las personales y las comunes, las decisivas y las pasajeras, las del corazón y las del mundo”.
En relación al lema de este año, “Contemplando tu rostro, aprendemos a decir: “¡Hágase tu voluntad!”, aseguran también que “al mirarnos en el rostro de Cristo, como la vida contemplativa hace y nos invita a hacer, dejamos por un momento de considerar nuestro propio interés para acoger el querer del Padre. Y el querer del Padre no es sino que el hombre viva conforme a la gloria del rostro de su Hijo”.
Jornada “pro orantibus”: los que rezan
El domingo de la Santísima Trinidad la Iglesia nos invita a rezar por aquellos y aquellas que rezan. Se celebra “la jornada pro orantibus”. Sin duda, todo buen cristiano reza, porque la oración es una actitud vital y fundamental de su vida. Pero en la Iglesia hay un carisma, una vocación, una llamada a entregar la vida al Señor haciendo de la oración el eje fundamental de la vida. Este carisma es propio de monjas y monjes. Todo lo que ocurre dentro de los muros de un monasterio está en función de la oración y de la contemplación. Mientras los horarios de la mayoría las personas están en función de sus obligaciones laborales, que determinan las horas de las comidas, del descanso, y la organización de toda la jornada; los horarios en los monasterios están en función de la santificación del día por medio de una serie de momentos de oración que recorren la jornada, desde su inicio hasta el final, y en función de esas horas de oración (llamadas canónicas) se organizan las demás cosas: comidas, trabajo, tiempo de descanso.
La vida monástica no es para todos. Cada uno tiene su vocación y su modo de seguir a Cristo. El matrimonio o el sacerdocio también son vocaciones y un modo de seguir a Cristo. Todas las vocaciones son buenas, respetables y necesarias. Pero cada una tiene sus características propias, y esas características son un recordatorio, un signo para los que viven su cristianismo de otra manera. Un recordatorio de algo que también es suyo, pero que no lo pueden vivir con la intensidad con la que lo viven los que tienen el carisma o la vocación. Monjas y monjes nos recuerdan que la vida cristiana es una continúa oración, nos recuerdan esta recomendación de Jesús de “orar siempre sin desfallecer” (Lc 18,1).
Para la mayoría de los cristianos el orar continuamente no puede hacerse “en acto”, sino como un estado de ánimo, como una conciencia difusa, aunque constante, de estar siempre en presencia de Dios. Eso sí, todo cristiano reserva algunos momentos del día para hacer de esta conciencia difusa una conciencia consciente, para hacer de esta presencia de Dios un acto explícito. Es lo que se llama oración. Pues bien, monjas y monjas nos recuerdan esta dimensión propia de la vida cristiana y ellos lo hacen insistiendo en momentos de oración más frecuentes y permanentes. Ese es su carisma. La Iglesia nos invita a dar gracias por su vida y a solidarizarnos con sus necesidades.
El salmista preguntaba a Dios: “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. Sí, ¿quien soy yo para que Dios me tenga permanentemente en su memoria? Monjes y monjas nos recuerdan que la buena actitud ante un Dios que siempre nos tiene en su memoria, es teniendo nosotros a Dios en la nuestra. En la memoria solo están los muy queridos, los muy cercanos, los que me seducen, los que me enamoran, los que me atan con cuerdas de amor, los que nunca me dejan. El carisma de la vida contemplativa nos recuerda que la buena respuesta ante un Dios que siempre se acuerda de nosotros, es acordarnos nosotros siempre de Él.
Martín Gelabert Ballester, O.P.